En la Tierra a viernes, 26 abril, 2024

Obama: reformas y elecciones de noviembre de 2010

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‘Eso es, echemos a los inmigrantes ilegales de Norteamérica. Pero no nos olvidemos de decirles, antes de que se vayan,  que recojan la basura de las calles y rieguen nuestros jardines’. Con palabras como éstas, el fallecido senador demócrata Ted Kennedy solía ridiculizar la postura de quienes se negaban entonces y ahora a regularizar la situación de millones de inmigrantes de origen hispano, en Estados Unidos.

 

El últo intento de llevar a cabo una regularización de derecho de una situación de hecho, que afecta a millones de latinos que viven al norte del Río Bravo, se llevó a cabo en 2006; la iniciativa partió del entonces Presidente, George Bush hijo, y contaba con el apoyo de John Mc Cain (senador Arizona, estado epicentro de la polémica, hoy, en lo referido a la reforma de la inmigración, en Estados Unidos) y de Ted Kennedy (senador demócrata Massachussets). Pero aquel año fue electoral, el presidente perdió el control de las dos Cámaras, que fueron a manos demócratas, y la reforma quedó aparcada.

 

Cuatro años después, en mayo de 2010, la situación (en lbo legal) de 10 millones de hispanos, pende de un hilo. Millones de latinos miran a Obama: los que le votaron en 2008 (12% del electorado, a nivel nacional; 15% en estados fronterizos con México, como Arizona o Texas) le preguntan ahora el tan manido “¿qué hay de lo mío?”.

 

Y de esta manera terminó Obama el prer trestre del año e inicia el segundo, de 2010, camino a las elecciones legislativas de noviembre de este año.  Obama encara su carrera hacia las legislativas de noviembre de 2010 habiendo conseguido sacar adelante una parte tante de su programa electoral: habiendo cumplido con un buen número de sus promesas electorales, un lado, empezando a encauzar ahora el resto de políticas “que le llevaron a querer ser presidente, en prer lugar”, como el propio Obama suele recordar.

 

A pesar de la oposición del partido republicano y de una parte muy tante de la sociedad americana, Obama y el partido demócrata aprobaron en el Congreso y en el Senado la reforma sanitaria. En un ejercicio de realismo práctico, Obama prefirió que saliera adelante una ley que no era tan ambiciosa como la que él había prometido, que dejaba fuera la opción pública de cobertura médica, pero que garantizaba la cobertura a 31 millones de americanos. A finales de marzo de 2010, tras año y tres meses de debates, enfrentamientos, encuestas a favor y en contra, se aprobaba la ley más tante en materia social desde la puesta en marcha de Medicare y Medicaid (en 1965, con Lyndon B. Johnson, como presidente) y la creación de la Seguridad Social, Roosevelt, en los años treinta del siglo pasado.

 

Para aprobar su reforma sanitaria, Obama tuvo que consumir mucho capital político y llegar a muchos compromisos, tanto con miembros de su propio partido (demócratas católicos opuestos a la financiación pública de los abortos, ejemplo) como con legisladores republicanos. Hoy, a principios de mayo de 2010, hasta el gobernador republicano del estado de California, Arnold Schwarzenegger, apoya la reforma sanitaria federal  de Obama.

 

Una parecida capacidad de alcanzar compromisos y acuerdos va a necesitar Obama para pulsar tanto la reforma de la inmigración como la reforma reguladora del sistema financiero. Tanto a favor como en contra de Obama se cuenta lo muy predecible de su comtamiento. En la medida en que ambas reformas estaban presentes en sus discursos de 2006 y 2007, así como en su programa electoral (“Change we can believe in. Barack Obama’s plan to renew America’s promise”, “El cambio en que podemos creer. El plan de Barack Obama para renovar la promesa americana” de 2008), es fácil prever que el presidente hará todo lo posible para sacar las reformas adelante.

 

Las reformas de la inmigración y de la regulación del sistema financiero presentan diferencias esenciales, cara a su aprobación, frente a la reforma sanitaria que salió adelante en marzo de 2010. En el caso de la reforma de la inmigración, aún cuando demócratas y republicanos motivos electorales, fundamentalmente, aunque no solamente eso no se pongan de acuerdo, todos ven la necesidad de hacer algo al respecto. Ya hemos dicho que el presidente Bush, en 2006, quiso pulsar una reforma  silar a la de Obama. Tener en la ilegalidad a 10 millones de latinos que viven en Estados Unidos, muchos de ellos trabajando de facto y están cobrando un salario el que no pagan puestos, no parece tener mucho sentido, desde el punto de vista económico. Para los republicanos, hay cuestiones ideológicas de medio; para los demócratas, son muy tantes los derechos civiles de las minorías.

 

Reconociendo su existencia legal, seguramente se recaudaría más afiliaciones a la Seguridad Social, y se aumentaría la recaudación de puestos. Además, atendiendo a consideraciones sociológicas y “electorales”, los hispanos se integran fácilmente en las comunidades en que viven, quieren formar parte del Sueño Americano y desean prosperar, en vez de vivir al margen de la ley y de la sociedad americana. La ley que ha aprobado en Arizona la gobernadora republicana Jan Brewer, y que permite a la policía detener a cualquier inmigrante sin papeles (frente a la legislación federal que lo permite, siempre y cuando se piense con fundamento que el detenido ha podido cometer un delito), podría arrojar el voto hispano en brazos de Obama, en las elecciones legislativas de noviembre de 2010, si el presidente y su partido se convierten, durante los próxos meses, en los defensores de los derechos de los inmigrantes.

 

En el caso de la reforma de la regulación del sistema financiero que quiere aprobar Obama, los republicanos están contra las cuerdas.  Los dos grandes partidos están básicamente de acuerdo en sacar adelante la reforma, pero los republicanos se oponen a darle la razón al presidente. Actuando así, aparecen ante la opinión pública como los defensores de los bancos de inversión y de los que el aginario popular y los medios de comunicación entienden que fueron causa del desaguisado económico más desastroso para América y el mundo, desde la Gran Depresión de 1929. Muchas encuestas dicen que la mayoría de la población americana está a favor de la reforma reguladora del sistema financiero que quiere pulsar Obama.

 

Una encuesta publicada   el semanario The Economist (de YouGov, publicada el 1 de mayo de 2010) dice que dos tercios de la sociedad norteamericana están de acuerdo en no volver a rescatar a los bancos con dinero público (con puestos de los contribuyentes) si tuvieran problemas, como en el 2008. Igualmente, una mayoría de americanos apoyaría que el gobierno federal dejara caer bancos con problemas serios; apoyan que se rebajen ley los riesgos que los bancos pueden permitirse en sus inversiones; están a favor de que se regulen las inversiones más complejas (derivados, ejemplo, que Warren Buffet denomina como “armas financieras de destrucción masiva”); creen que hay que poner límites a las remuneraciones de los altos ejecutivos de Wall Street, y quieren que se cree la Agencia de Protección del Consumidor Financiero, pulsada Obama.

 

Con un apoyo tan abrumador de la opinión pública a la reforma financiera de Obama, mucho que los republicanos no quieran dar oxígeno al presidente, tarde o temprano tendrán que apoyar con matices la ley del presidente, si no quieren ser ellos los asfixiados una opinión pública muy enfadada y resentida con Wall Street. Otra encuesta de las mismas fechas, publicada ABC News/Washington Post decía que el 65% de los norteamericanos apoyan los actuales esfuerzos meter en vereda a Wall Street. Más les vale a los republicanos tomar buena nota de lo que piden sus propios electores: según la encuesta de YouGov para The Economist, entre votantes registrados, si las elecciones legislativas de noviembre se celebraran hoy, un 48% votaría demócrata y un 42% votaría republicano. Cierto que las encuestas no son artículos de fe, ni las elecciones se van a celebrar hoy: las encuestas son semáforos de colores (verde, ámbar, rojo), que indican a los políticos “el dónde van los tiros”, para que si quieren puedan tomar decisiones basadas en información.

 

Tampoco Obama pasa su mejor momento demoscópico, según las encuestas. Un sondeo de Real Clear Politics (RCP), publicada Newsweek el 1 de mayo de 2010, muestra que la nación está dividida, con respecto al presidente: un 47,9% aprueban su gestión; el 46% la desaprueban. La encuesta de The Economist da resultados silares en cuanto a la polarización de la sociedad y es aún más negativa para Obama: el 45% de americanos aprueban la gestión del presidente y un 48% la desaprueban. Por quinto mes consecutivo, el tracking político mensual de Pew da al presidente índices de aprobación inferiores al saludable 50%. Cosa curiosa: la encuesta de The Economist afirma que el 51% cree que Obama dice lo que realmente cree, y, según el 49%, Obama sólo dice lo que la gente quiere escuchar. Son mayoría los que otorgan credibilidad al presidente, quien en cualquier caso, incluso contra marea, va sacando adelante sus promesas electorales:

 

Obama prometió ponerse a trabajar para solucionar la crisis económica. Por tercer trestre consecutivo, la economía norteamericana da signos positivos: en el prer trestre de 2010, en términos anualizados, el Producto Interior Bruto americano creció el 3,2%, pulsado el consumo privado, de las familias (y no tanto la inversión de empresas). Menor al creciento experentado en el últo trestre de 2009 (5,6%) y con una tasa de paro aún en el 9,7%. Pero, con tres trestres en positivo y con el índice de confianza de ciudadanos y empresas subiendo ligeramente, cabe decir que desde el punto de vista macroeconómico Norteamérica ha salido de la recesión y está poniendo las bases para empezar a tener un creciento sano, basado en el consumo (dos tercios del producto interior bruto americano) y la inversión.

 

Obama, que en los últos meses ha viajado más el ancho mundo que dentro de Estados Unidos, ha dado pasos tantes en materia de seguridad nacional y relaciones internacionales. El presidente “empezó” dejar claro a su principal aliado en Oriente Medio, Israel, que los asentamientos judíos en Jerusalén Este (zona musulmana, palestina) y en Cisjordania, no eran conforme a derecho, constituían una injusticia y, desde un punto de vista práctico, eran un obstáculo para la paz entre árabes y judíos. Hoy, en mayo de 2010, dos meses después de la trifulca, los israelíes han paralizado (de hecho) las construcciones en Jerusalén Este. Obama si el desastre ecológico y económico que ha causado el colapso de la plataforma petrolera de BP en las costas del Golfo de México lo permite está en disposición de presentar ahora, en breve, un plan de paz para Oriente Medio. Ha demostrado a los países árabes moderados que Estados Unidos es capaz de enfrentarse a Israel; al mismo tiempo, Obama ha mantenido la presión sobre la principal amenaza para la seguridad de Israel: Irán.

 

Durante el mes de abril de 2010, Obama firmó con el presidente ruso, Medvédev, un acuerdo para controlar las armas nucleares, reduciendo en un 30% el número de armas nucleares ofensivas de ambos países.  Obama, tal y como prometió en Praga en abril de 2009, “committed America to seek the peace and security of a world without nuclear weapons”, “comprometió América a buscar la paz y seguridad que se derivan de un mundo sin armas nucleares”. A mediados de abril de 2010, Obama convocó a docenas de países a una Cumbre en Washington sobre Seguridad Nuclear. El objetivo  fue frenar o parar la proliferación nuclear. Estados Unidos se auto puso normas sobre cómo y cuándo utilizar su arsenal nuclear. Esas normas hacen posible un mundo más seguro entre naciones que al menos, aparentemente quieren la paz: Estados Unidos, Rusia, China, etc. Pero excluyen a aquellos países que deciden ir libre y amenazan la paz mundial, como es el caso de Irán o Corea del Norte.

 

En mayo de 2010, a punto de celebrarse en el seno de Naciones Unidas, la Conferencia de revisión del Tratado de No Proliferación, Estados Unidos busca aliados para poner más sanciones a Irán, si el país persa persiste en su intención de desarrollar su programa nuclear. Con matices y equilibrios, China y Rusia parecen dispuestos a apoyar a Estados Unidos. Si Obama lo consigue, será una gran victoria para él en política internacional.

 

Mientras tanto, en el frente interno, los dos partidos calientan motores cara a las elecciones legislativas de noviembre de 2010. El partido de Obama, que ocupa la Casa Blanca y aún tiene mayoría en el Congreso y el Senado, se muestra unido frente a la opinión pública: es lógico que sea así, que es el que tiene más que perder. No así los republicanos, que se enfrentan a un potencial y peligroso “split” o división del voto conservador: el moviento popular auto denominado “Tea Party” (en referencia a los descargadores de té en Boston, que en 1773 iniciaron la revuelta contra los británicos que culminó con la Declaración de Independencia de 1776) podría desgarrar el voto republicano en las elecciones de noviembre de 2010.

 

Este moviento popular conservador amenaza con retirar su apoyo a los candidatos republicanos que, bien no sean suficientemente conservadores, bien lleguen a acuerdos con los demócratas y/o con el presidente Obama. Como en las elecciones a presidente de 1992 y 1996, la aparición de un candidato conservador al margen del partido republicano (Ross Perot, entonces), restó posibilidades de ganar a George Bush padre (1992) y al senador Kansas, Bob Dole (1996), entregando la presidencia, en ambas ocasiones, al demócrata Bill Clinton.

 

La única persona, líder político, que parece capaz de aunar al partido republicano, a sus bases tradicionales y a las más conservadoras del “Tea Party” es Sara Palin. Ella no se presenta a candidata en noviembre de 2010, pero mantiene alto su perfil público y su popularidad con el electorado conservador,  gracias a su participación en mítines organizado el Tea Party, el éxito de su libro autobiográfico (“Going rogue”) y su programa de televisión en la cadena FOX.

 

Sara Palin es una incógnita cara al futuro: como abierta está aún la carrera electoral de noviembre de 2010.

 

Jorge DíazCardiel

Director Corativo y Opinión Pública

Ipsos Public Affairs España

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